Oraciones del Torso Oscuro

Jimmy Crespo


Estos son los amores que han dejado al infierno indispuesto y cuyos cúbicos retardos de frialdad hacen herida y hendidura parda, los torsos oscuros que por azar, han dejado en un árbol torcido cientos de efímeros frutos delgados que han sufrido el alimento de patios áridos; los torsos que responden infinitamente a los descompuestos estómagos y a los corazones sollozantes que, casi sin piel, histéricos, nerviosos y chocándose unos a otros recuerdan a las familias el dolor. Pero ese dolor que provocan no es momentáneo sino que va pegado a las orugas terrenales y viscosas que con hijos encastrados en sus vientres entrelazan millones de sudorosas piernas que desembocan en un horrendo perfume.

¡Torsos oscuros y latentes! Recuerden que la ofrenda de habituales músicas de los canteros estériles ha forjado el contorno erecto de nuestra poesía. Habiendo, los látigos desnudos, alguna vez formado tenebrosos imperios, igualmente en chorros ardientes de materia doméstica se esconde el mismo cubículo tembloroso donde el pánico ordenado se cobija en los oídos de niños de cabeza animal, sacudidos en sus extremidades como advertencia. 

Los cabellos poco crecidos soportan injurias y sus orgasmos se demorarán y aplastarán a otros niños más tempranos, hombrecillos y mujeres de amuletos maquinales, torsos oscuros. 

Torso, acuérdate de que alguna hebra de cordel hizo prólogo a la muerte, reuniéndose a escondidas con los llantos y la amargura nunca ausente de un joven en cuya mente insana y en el surco de su espalda nada erguida, se han apelotonado los invalorables designios en huracanes de imágenes y comidas mal digeridas y cuellos apretados de donde algún collar colgaba y hacía ornamento al batallón extraño de estruendos sin aire que excavaba de antemano un gran pescuezo homosexual. 

¿Quién, torso oscuro, sino yo, te ha sufrido inentendiblemente y ha destartalado, por remunerarte estos cantos, todos los dolores para que tu material vuelva a serte perfecto? 

Si aun no lo tienes pensado, canta. 

¿Te acuerdas de los juegos de niño? Di que estuviste cuando comenzaba a hablar el dolor desde los cuerpos ajenos y las imaginaciones pretendieron dar articulaciones y masa muscular para el deporte inhóspito de saber matarse. Canta por último, al ocaso sensual de esta costa estropeada y di por qué siéndo todo sugerido para amar, era ese mi primer error y ya no quedaba tiempo. No puedo pretender que entones bien, pero canta, que esos, de a poco, serán mis pasos. 

Primero debemos ir a los banquetes, y luego de prolijas y extensas contemplaciones deglutir las especies vegetales y pensables con las que nos hemos creado, mirando que cada pliegue moral lance un nuevo ser no natural. Si en la extensión de la mesa recorre un líquido dulce risoteando bajo panes y manos y merodeando vestidos, es por necesidad de ejemplos. 

Pero Torso, si decaigo y si el baile ancestral de mis campanillas se mundaniza demasiado, provee sendas noches de malas comidas y personales enojos en mi entorno para que la música plástica abra su vientre y la luna acomode su retracción de huesos, torciendo el hombro y mostrando uno singularmente crepitado y tiemble el montón de cuerdas herrumbradas del entendimiento, estremecido como una mujer perseguida por una impresión de contornos que golpea asustada una puerta y dentro la espera el vapor que separa el carbono y el aire mal humanizado. 

Tú ofreciste razón a los hombres para que te compraran ilusamente en el mercado negro de a poesía estirando temblorosos las manos y esperando que les quepa en las palmas un objeto depositado, pero no esperaban que entre las visiones de sus dedos rústicos chorreara interna impresión de almíbar negro. 

¿No has notado que no importa lo seguro que alguien parezca deleitándose frente a un cuadro o abalanzándose sobre una cuchara repleta de carne o abriendo sus brazos semi peludos suelte niños muy pequeños en la noche, que corren con rosas apretadas en sus axilas para venderlas a los artistas alcoholizados y a los prolijos paseantes y a las comunes vestimentas que, antes de salir se han maquillado, casi tenebrosamente frente a un espejo contemporáneo? Al notar todos ellos un fuego que hiere intensamente sus cabellos sus rostros patéticos cambian la faz inmutable por un espanto que produce ondas desordenadas de agua marrón en las acalzonadas orillas donde reposa una coqueta vieja del agua comida por el tiempo en un costado, y su cara es risueña pero su estómago ya no existe. 

¿No has visto como el susto les borra el amor y se superpone a cualquier pasión que creían eterna pero que ya no se ve en ese momento? ¿No eres acaso, Torso oscuro el patrón de tales peregrinaciones y ausencias cómicas hasta que con fetal mugre les dejas descubrir, mediante un sutil olor a pelo chamuscado la marca vacía y llagada de su cráneo apagado? ¿No es así que piensan en su vida futura y sus niños vuelven con las rosas plásticas y se ríen alrededor y la deforme mujer madre los recoge de sus tendones y los golpea sistemáticamente hasta cobrarse una costilla infante que provocará el dolor próximo? ¿No es cierto que el combustible que utilizan sigue llamándose amor y es usado para encender las estufas urbanas que secan su regazo en las rameras tardes iguales a las que se hospedan en casas de varios estómagos sin hambre? 

Delimitaré imprudente tus canciones y las precauciones ajenas doblarán su encabritorio de arroyos donde santos verdes de cabezas volátiles abrazados fuertemente a sus pantorrillas se refriegan llovujas violándose las formas hexagonales de sus anos, prolongando las temperaturas de sus digestiones inflamables. Y doblará el vigor del cirro y morirán las mocosas constelaciones cortesanas. 

Doblarán con todos ellos las rudezas de los cazadores que vigilan los pájaros que piensan que rugen en los órganos, matando de repente a los mortales que antes eran sus vecinos pero que siempre les hicieron crecer plantas de odio en sus cerebros porque los invitaban a masticar noches engrilladas de niños mirados en las vías por despertares espantadizos que reñían alabando los tapujes de poros hereditarios y hacían puertas con gigantes soles sucios. 

¿Y si el niño escribe? Será una embolia pareja y relevante. Un solípedo pisotón en su vejiga y otro en el rostro tendrán que avisar, y no bostezará ni gritará y el enorme y extraño animal, depositado como enseñanza sobre su nariz, sentirá la dureza de filamentos cortantes penetrar la carne de sus zapatos y dirá: “Eres tú, hijo, la poesía. Eres hijo oscuro y no debo matarte. He leído libros y jornales gargolantes y alianzas he tenido para ordenar los episodios, mas, eres hijo oscuro y necesario”. Pero la catacumba de agujas ya habrá dejado media pierna al descubierto y llorará el animal así: “Sé paciente conmigo, niño roto, huerfanadería de tiernos suspiros, que mi especie no volverá a enojarse ¿Por qué ni me miras? Siento que algo presiona cada punta de mis millares de cortos pelos hacia dentro y mis costillares tiemblan pues serán limpiados de tejidos vivos y no me enojo. Nunca vi tanto fuego mal apagado”. El hijo no lo entenderá, por supuesto, porque su matiz es tal y su boca con dientes en pedazos es aliento de morada larga y responde a su falta de ojos criteriosos. 

Así, tras las ranuras elásticas de una puerta mal pintada que cruje un sermón iluso, cuando le abren los pulmones, se aloja un proyecto que descansa sin rodillas. 

Les explicaré, arrepentidos y larváceos ahorristas del amor y prometo dar fundamento mínimo para que lo gasten todo, y sean despreciados, y prueben el último y peor dolor que explica las tormentas dentro de las que se reconoce una que dobla la espina dorsal de las canoas y veleros y se abalanza y moja los húmeros de un puerto, con dos ojos mira hacia las barrancas atrofiadas. La tormenta dobla como una ternura inmunda besando los muslos roídos del pescador pobre que se ha tendido a esperar rascando su barba abundante y él ve venir la oscura forma sobre el puente, y no se asusta, sino que sonríe amarillamente y se regocija de que solo ella lo note y lo busque. 

Torso oscuro, creador de preservativa ausencia que hueles la carroña en que se han convertido los corderos sueltos, fíjate en los gusanos lanosos que defecan en las vísceras de sus cachorros que juegan en las urbes matinales de las fábricas, mientras la negra pasión de garrotes que engullen veredas levanta las polleras de baldosas con epilepsias que ondulan mucosas digestiones en la vereda. Allí tropiezan los triste s y sus pies dan un cornazo increíble contra la eminencia de un montículo de cemento que te provoca un temblor de muerte. Exaltados por el punzón y el amargor de una baldosa destemplada y violenta que con un soplo agudo de fosa malcriada, con ápices de poetas virulentos parece llorar; pero no. En vez de ello quedan mudos absorbiéndose, entretanto respiran el olor a centella de las arcadas de faroles, entretanto se juntan a jugar con los torpes y seres antinaturales en fuentes donde niños mugrientos sacuden sus cabezas moviendo su capilar dureza hasta marearse. 

¿Qué dices entonces ser? Allá en las copas se han engendrado guijarros en forma de ángeles portuarios y mahomas volátiles que mueven en vaivén sus lenguas como grúas aguijoneando perros que pierden el equilibrio y muerden las piernas temblorosas y no escuchan los gritos de quien les teme, acaso simplemente fermentan su odio y babean en abundancia en búsqueda de una herida más cortante y subterránea. Qué sencillas son sus expresiones qué poco formales y no lineales sus temores para describirlos así. Es solo temor. Lo sabemos. Pero ¿No crees, Torso oscuro, que levitando una fantasmal risa de muecas laminares aquellos que viven en bibliotecas de disímiles horizontes no saben por qué, truncados de vez en cuando por una tos pegajosa y verde, forran sus rostros de bien formado cautiverio? También los que mudan en humilde sacrificio o descanso furtivo deletreando el angosto prurito de la poesía no entienden que un minúsculo hervor los aguarda para violarles las espaldas y lanzar ninfas malacostumbradas que se proyectan para prenderse como cangrejos azules a los testículos de un niño ahogado comiéndoselos y dejando un hueco rugoso y rosado en la entrepierna. 

Dile, Torso, cómo es una verdadera agujeta e invítalos a recordar elementos de la fugacidad que transmigran y colonizan con irrigaciones toda la cámara humana de una vez. 

El ojo de la mosca verde se alimenta de la secuela de una mancha de semen al costado de los que duermen desnudos, pero luego descubre un pequeño pene al descubierto y se posa, al punto de blandir insuperablemente sus aletas traslúcidas anteriores, ceñidas de nervios. Las uñas y las ventosas acarician el prepucio perturbado y el morfo jugoso de su trompa hace un caliente y lento trabajo. Su braquicería no le impide la fauna húmeda de su codicia. Luego de satisfacer brevemente una comprensible infección se torna rápido a su cuna. Como les gustaría escuchar, en este diminuto episodio un hombre, calvo, con las manos delgadas y la pera olorosa, sueña. Al mismo tiempo, el insecto recorre con su boca el bálano que comienza a hincharse. 

Fantasea, en su ilusión delicada, que atrae con dulzura a una mujer blanquecina que estira su mano de dedos prolongados y toma de pronto sus amígdalas, con la otra mano le perfora el ano una y otra vez y lo llama amor. Instantáneamente él descubre que miles de humildes elasticidades musculares le absorben cortos fluidos. 

La hembra comienza a mutilarlo con un menudo instrumento de incisión quitándole primero fetas de los antebrazos y muy lentamente lo comienza a partir a la mitad y le grita amor. 

Apiádate de este cuerpo, Relleno de las cosas, Cristo enojoso, Pulverizador Monogámico de la Soledad porque ahora me faltan excesos y mis orgasmos son tristes. Apiádate de mí Cristo enojoso, dame claridad para olvidar, si tienes forma o te la están dando en alguna urbe costrosa. 

Toma este vaso de tierna carne humana y de tu esfínter de rosas plásticas que duerme en reprimidos santos vela mi aurora. Apiádate de mí ya que si algún día me saco el yunque pecaminoso de las manos mi alma deambulará por todos mis coágulos hasta desprenderse. 

Viscosidad terrena de ángel infeccioso con los huesos saltones y pegajosos que traes una bandeja con pequeñas jeringas de erecciones y las colocas en el interior del cubículo de la mente y las inyectas en los labios que parecen cohabitar con una extensa obra y dejan escapar un calabozo con vejámenes morados de ternura, Cristo Enojoso. Ven a mis clavículas y maneja el odio. Cristo Enojoso, Torso Oscuro, Ampula, no dejen que el escenario de piras de esqueléticos homicidas me calme el ímpetu, ni me hablen con versos que no importan. 

Apiádate de mí Cristo Enojoso, carne excavada de la penetración alunada, mejillas rojas, sueño de vinagre, que estoy persiguiendo las ideas como un cazador y tengo una música delicada en el abdomen. 

Y Cristo se enojó así: Es inútil que encuentres el límite entre lo bueno y lo malo. Soy la virazón de bala en el rostro que inflama la despedida. Ora por mí. 

Deberás tomar de los pelos y romper en la puerta del atajo mediante los racimos se pudran. No hay seguridad mejor. Escucha la voz nada temblorosa de tu madre. Ora por mí. 

Apiádate de él, gota de la terca neblina, diosa Ampula, la muerta visión de la virginidad, casco de Fray Bentos, que pusiste la mal corrida sangre en los úteros enfermos y has de pagar con más dolor como el que decide no temer a los desagües, sino que se tambalea y cae rompiéndose de forma horrorosa el caballete o un hueso sacro. Deja Ampula que el cariño se pudra. Deja Ampula rostro de amargura y fetal mugre en el llanto, y el que lagrimea no comprenderá sino cuando le salte a la vista la increíble vegetación de sus finísimas venas heridas. Llagas de plomo en el pasillo del profundo dolor. Llagas de polen en el gatillo. Ora por mí ¡La puta madre! Ora por mí.

2008
Dibujos: Jimmy Crespo

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